martes, 27 de julio de 2010

Crónicas de Juan Topocho:El arte de insultar



Es un hecho notorio que en la reciente celebración del nuevo día de Yaracuy ocurrida el 28 de marzo pasado, una de las actuaciones estelares correspondió al profesor Ángel Gamarra. Fungió como orador de orden y leyó un extenso discurso del que nos proveímos de un facsímil escrito de 41 páginas.
Este connotado hombre de la educación yaracuyana lanzó un enérgico ataque –de acento memorable-- a quienes hemos venido adversando el cambio inconsulto de fecha del día de Yaracuy. Hay varios denuestos, satanizaciones y descalificaciones en ese discurso: “comparsa de fantoches…, “supuestos conocedores de la materia, sin ética ni honestidad en los planteamientos”, enemigos de la revolución, “enemigos del Pueblo que mantienen una verdad oculta”, Vividores de oficio”, “comparsa de incitadores despechados”, ”los amos del valle en claro objetivo político oposicionista al Día del Estado Yaracuy”, “Los traidores del estado Yaracuy”, son algunas de las lindezas con que el orador suele calificar a la disidencia y a la oposición, es decir, a quienes como yo, se han opuesto a una decisión inconsulta y antidemocrática.

Una lectura atenta a ese discurso revela que hay más improperios y manipulaciones que discurso histórico. El orador no aporta nada nuevo al conocimiento histórico ya sabido; el profesor en su terrible afán de legitimar el cambio impuesto incurre en más de un error científico, que en otra oportunidad comentaré. Me importa, por el momento, referirme a la relación de sus anatemas con el talento creador.
El amable lector debe saber que el insulto, hace bastante tiempo dejó de ser fuero de arrogantes y balbuceadores de esquina para incorporarse con todos sus macundales a las bellas artes. Sirva de ejemplo, el tratado del filósofo danés Søren Kierkegaard llamado “El Arte de Insultar”.

Digámoslo sin rodeos, los denuestos de Gamarra no llegan a insultos, pues a ellos les falta ingenio. No se puede insultar sino se tiene talento. A las groserías e imprecaciones del legislador les falta la fría, cortante y salivosa condición de insulto; son a lo sumo, injurias. Para que un insulto no pierda su médula, es necesario que cause dolor en su destinatario y para ello es menester que sea inteligente, es decir que esté bien dicho (maldición de flojo no llega al ojo).
Con ese discurso uno puede sentirse aludido pero flemáticamente feliz. Si la providencia me diera la oportunidad de insultar a este docente, me gustaría hacerlo al estilo de Borges, que es parecido al estilo anaconiano, con el más antiguo e impronunciable de los insultos, para lo cual, me servirían de excusas las desatendidas calles de la ciudad.

El único valor que le veo a las groserías del orador es la tentativa frustrada de colocar en un mismo saco a la disidencia y a los oposicionistas. Este errático recurso retórico no me va a colocar, por arte de magia, en la acera del frente (¿expulsión de hecho? El legislador debería ser más explícito).
Le informo a los lectores y a el orador que son muchas las llamadas telefónicas y correos que he recibido de compatriotas izquierdistas que no están de acuerdo ni con el discurso de marras ni con las aviesas ejecutorias burocráticas de los transeúntes del poder.

La falta de talento hace a los políticos torpedear sus propios eslóganes. El orador Gamarra manipula, hábilmente, dos básicos conceptos políticos: el de pertenencia y el de participación. El supone que pertenecer a un equipo político implica calarse cualquier disparate o arbitrariedad. El orador, al tiempo que habla de socialismo y democracia participativa y protagónica, se aferra al viejo concepto de pertenencia política, que es un concepto reaccionario y autoritario. Prometo desarrollar estos conceptos en próximo artículo, ilustrando el peligro que estas laboriosas actitudes implican para la cultura y la política.

Yo por mi parte soy uno de los que exige la eliminación del decreto 364 del 2010.
Samuel López Castillo

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